lunes, 18 de marzo de 2013

Capítulo 3: Copérnico

Pedro fue ascendido a comandante por exigencias de sus nuevas responsabilidades, y porque si iba a estar al mando de su amigo el comandante Hadi, él no debía tener un rango inferior. Por extensión, todos los jefes de equipo fueron de hecho ascendidos para evitar conflictos y darles la autoridad necesaria.

El tiempo que a Pedro y a su equipo se le concedió para acondicionarse para el viaje, de la estación del Ejército de los Planetas Habitados, donde trabajaba, hasta los astilleros donde se estaba acabando de construir la Copérnico fue de una semana escasa, tal era la prisa por trasladar a los ingenieros para que cuanto antes solucionasen los problemas que parece que existían con la nave.

Las instalaciones donde se estaba construyendo la Copérnico, los astilleros Mars Earth Cord eran ya enormes antes de la ampliación. Cuando se construyeron tenían la capacidad de armar de forma simultánea una sola nave de carga marciana, y a lo largo de los siglos se fue ampliando hasta tener la capacidad de construir los segmentos y armar a un mismo tiempo hasta tres grandes naves cargueras. Esto fue antes de la última ampliación, la que se acometió ochenta años atrás para albergar la mayor nave jamás construida por el ser humano.

Parte de la capacidad de producción de los cargueros se vio afectada, ya que una parte de las instalaciones se transformaron en líneas de montaje de las secciones de la Copérnico. Se construyeron además dos bahías de montaje nuevas, más grandes que las anteriores, una para la sección principal de la nave, y otra para los hábitats donde se instalarían los cinco mil pasajeros y tripulantes.

Pedro ya conocía las instalaciones, ya que las había estudiado los últimos días. Pero lo que vio le impresionó. Los astilleros eran la obra civil humana más grande que se había construido hasta la fecha. Toda la construcción se llevaba a cabo en el espacio, no en entornos controlados. Desde la distancia, los astilleros eran un conjunto barras paralelas formando una retícula, dispuestas en grupos de cuatro. Cada grupo de cuatro barras conformaba un prisma, y a lo largo del eje del prisma imaginario se disponían las secciones en construcción de las naves que estaban en proceso de montaje. Pedro contó hasta ocho prismas dispuestos a su vez formando una matriz de tres de lado por tres de alto, si es que en el espacio pudiese hablarse de ancho y alto. La posición central de la matriz estaba ocupada por otras instalaciones, una especie de desarrollo alargado formado de tubos, esferas metálicas y otras alineaciones geométricas que fueron creciendo según se requería, y es donde estaban los módulos de control general de la estación, de ingeniería, laboratorios, mantenimiento, plantas de robótica, así como pequeñas bahías de montaje cerradas donde se armaban las piezas más pequeñas y delicadas de las naves. Además naturalmente de los hábitats de los dos mil trabajadores de la estación. Los almacenes se disponían como subestructuras alrededor de la matriz. De esta forma que el abastecimiento no necesitaba penetrar en las estructuras principales de la estación Mars Earth Cord.

Esta disposición en matriz permitía que las secciones ya montadas pasasen entre las barras del prisma hasta el siguiente prisma, donde se realizaba la siguiente fase de ensamblaje.

Ya desde la distancia se apreciaba que las longitudes de los prismas no eran iguales, ni por lo tanto el volumen de lo que podían albergar.

Destacaba en una esquina de la matriz el prisma formado por cuatro barras más largo y voluminoso, de siete kilómetros de longitud, donde según le informaron se estaba realizando el montaje final de la Copérnico.

Desde una distancia de doscientos kilómetros se distinguía el cilindro central de la Copérnico, que era tan largo como el bastidor prismático que lo albergaba.

Los últimos cientos de kilómetros Pedro los cubrió mirando embelesado las instalaciones donde pasaría los siguientes años de su vida. Todas las dudas que tenía respecto al proyecto del viaje a Tierra III se quedaron atrás conforme se iban acercando a Mars Eart Cord. La percepción de la vasta y refinada enormidad de lo que se estaba construyendo fue empapando su alma.

La nave en la que iba su equipo (era el segundo equipo que iba, ya que le precedió el equipo del subsistema de motores), formado por catorce ingenieros, atracó en las bahías de carga, exteriores a la matriz principal de prismas de montaje. No se permitía que ninguna nave traspasase ese perímetro, por riesgo de colisión.

Aún recordaba la discusión con sus superiores al solicitar no diez ingenieros para su misión, sino trece, además de él mismo.

– Pedro, siempre tienes que poner inconvenientes –le decía si amigo Hadi–. Se te indicó que podías escoger un máximo de diez ingenieros, y al final han tenido que ser tres más de los que podías pedir. ¡No tienes remedio!

– No, Patrick –le respondía Pedro–. No es una cuestión de pedir tres más porque sí. Es que los necesito. Sin ellos no podré cumplir con el programa. Se lo dices si quieres a la generala Natsuki. Tú verás. Ni uno menos.

Les recibió el teniente Adriano Cohelo, un oficial brasileño de aspecto saludable, moreno y con la cabeza afeitada, con el uniforme de gala, blanco inmaculado con un planchado impecable. Le flanqueaban a ambos lados dos suboficiales de aspecto no menos pulcro, aunque uno de ellos, una mujer, estaba tan gorda que probablemente pesaría como los otros dos juntos.

– Comandante Noel –dijo refiriéndose a Pedro–, bienvenido usted y sus hombres a la Mars Earth Cord, la fábrica más grande jamás construida –dijo con orgullo–. Esperamos que su estancia a lo largo de los próximos cinco años sea agradable y placentera.

Le dio la mano a Pedro y continuó.

– Soy el teniente Adriano Cohelo, y estaré a sus órdenes en todo momento, trescientos sesenta y cinco días al año, veinticuatro horas al día. Seré su asistente personal. Cualquier problema o necesidad, deberá comunicármelo y yo me ocuparé. Para el resto de los integrantes de su equipo, se ha asignado a la mayor Elisabeth Adriana Rojas y al sargento mayor Nohek Baker, en las mismas condiciones. A continuación les guiaremos al corazón de esta estación, lo que llamamos el eje, donde se les ha asignado alojamiento. Síganme por favor. Dejen su equipaje. El personal de la estación se ocupará de él y se lo llevarán a sus alojamientos.

A Pedro apenas le dejaron tiempo para despedir se de la tripulación de la nave que les había traído a Mars Earth Cord. Tras pasar varios controles sanitarios llegaron a una especie de hangar con varios andenes donde desembarcaban vagones de transporte que supuestamente distribuirían al visitante a cualquier punto de la estación. Dado que había que desplazarse en ausencia de la gravedad, cada andén estaba protegido por una especie de jaula que sólo se abría si el vagón desembarcaba en el hangar. En caso contrario, pasaba a toda velocidad hasta el siguiente apeadero. Pedro pensó que los vagones discurrían por el entramado de barras que conformaban los prismas de montaje, y por otras barras que los unían transversalmente.

Tras apenas dos minutos de espera apiñados delante de uno de los andenes, éste se abrió lentamente, tras lo cual apareció un pequeño tren con tres vagones de carga. Cada vagón tenía una capacidad de seis pasajeros, y tenía sendos cajones delante y detrás donde albergar pequeñas cargas. Se sentaron como pudieron y se ataron los cinturones de seguridad, sin los cuales saldrían despedidos en cuanto el vagón acelerase.

El vagón aceleró durante quince segundos, alcanzando una respetable velocidad, según el teniente Cohelo, de setenta kilómetros por hora. Pasaban por el túnel entre luces y sombras, ya que éste estaba tenuemente iluminado, pero cada cierta distancia la sección del tubo se volvía transparente, momento en que Pedro aprovechaba para contemplar el enjambre de luces que adornaba toda la estación.

El tren les llevó cada vez más cerca del eje, y conforme se acercaban al corazón de la estación la densidad de las luces que revoloteaban alrededor iba en aumento. Se distinguían todo tipo de artefactos de diversas formas y tamaños que iban y venían por el espacio exterior.

El teniente Cohelo les explicó que casi ninguno de los artefactos que veían iba tripulado. Todo el montaje y el transporte de material estaban robotizados y dirigidos desde las instalaciones del eje. Los operarios se desplazaban mediante el mismo sistema que ellos mismos estaban empleando, y sólo en casos excepcionales podía verse a un ser humano trabajar en el espacio exterior, fuera de los sistemas de transporte o de las mismas naves que estaban en fases finales de montaje.

– El problema –decía Cohelo–, es que trabajar en el espacio exterior era peligroso por el peligro de colisión con los robots de montaje. Así, cada vez que un operario o un ingeniero tiene que salir al espacio exterior, se establece un perímetro de seguridad dentro del cual ninguna máquina debía entrar, lo que retrasaba los programas de trabajo de los robots.

Tras un viaje de cuatro minutos llegaron a otro hangar cilíndrico. Éste era más amplio que el del principio, y estaba alineado con el famoso eje de la estación. Ahí los vagones que llegaban tenían una capacidad mayor que los que les habían llevado hasta ahí.

Desembarcaron y volvieron a embarcar en otro tren que les estaba esperando. Arrancaron y se introdujeron en un tubo de mayores dimensiones, donde no sólo había varios trenes circulando (en el mismo sentido), sino que varios robots iban y venían y operaban a lo largo de la galería. Tal y como sucedía con el anterior, cada cierta distancia el tubo se abría al exterior mediante una sección acristalada.

Pasaron en tres ocasiones por hangares de andenes, todos ellos aún más grandes que los dos primeros en los que habían hecho trasbordo.

Finalmente desembarcaron en otro hangar. Ya por sus propios medios llagaron a una galería acristalada que discurría en paralelo al tubo a través de una salida lateral. Aunque todos deseaban quedarse a contemplar el espectáculo, el teniente Cohelo les hizo seguir. Tras pasaron un hueco que les condujo a otra galería también acristalada. Podían contemplar en el exterior una especie de enjambre de pelotas metálicas y de cristal, como si fuese un racimo de uvas.

– Cada una de esas bolas –explicaba Cohelo– es un hábitat. Ustedes ocuparán dos de ellos, ya que cada una de las bolas tiene capacidad para nueve personas. Ustedes y nosotros nos acomodaremos en aquéllas de ahí, ¿las ven?

Dejaron la segunda galería acristalada y llegaron a una sala más bien de forma cúbica de la que salían a su vez varios tubos circulares. Entraron en uno de ellos. El tubo era completamente transparente, y transcurría entre los hábitats como si fuesen los tallos del racimo de uvas.

Llagaron a una pequeña sala esférica, tras la cual el tubo se bifurcaba. Tomaron la bifurcación de la derecha, y llegaron a otra pequeña sala esférica tras la cual se veían dos huecos circulares. Ahí se dividieron en dos grupos. El primero, en el que estaba Pedro, era el del teniente Cohelo, y el segundo, el de la mayor Rojas y el mayor Baker. Cada grupo de Pedro se internó por un hueco.

EL hábitat era una esfera en cuyo centro se ubicaba la sala común, que comunicaba a su vez con otra sala de esparcimiento y gimnasia y cuya pared exterior era transparente.

– Como pueden ver, desde esta sala pueden contemplar los avances de la sección central de la Copérnico. Lo que ven es la bahía de montaje de la nave –les comentó Cohelo–.

Las habitaciones tenían forma troncopiramidal, como si fuesen quesitos en porciones, y el encaje de unas con otras dotaba al hábitat de su forma esférica. Cada habitación poseía un inmenso ventanal, que ofrecía vistas a distintas partes del complejo.

El teniente Cohelo continuó explicando:

– Muy bien, señoras y señores. Este complejo se sitúa en órbita geoestacionaria sobre Malasya, por lo que hemos adoptado el horario correspondiente a esta zona geográfica. Les sugiero que se adapten a él lo antes posible. Según nuestro horario ahora son las cinco y treinta y dos minutos de la tarde. Les hemos dejado en la sala común un almuerzo por si tienen apetito. Más tarde, a las diecinueve horas, es su turno de cena. A las dieciocho cuarenta y cinco pasaré por ustedes para llevarles al comedor. Se encuentran en el área H-21, esto significa que se encuentra en el área de hábitats número veintiuno, que está compuesto por el racimo de esferas que han contemplado desde las galerías de acceso. Cada área dispone de sus propios servicios, como comprobarán un poco más tarde en el comedor. Hasta entonces les sugiero que descansen de su viaje. Si necesitan mi asistencia estaré en aquél habitáculo, la que está más cerca de la entrada a nuestra esfera.

Pedro se introdujo en su cubículo. Un área de veinticinco metros cuadrados dotada de zona de aseo, y una zona mixta de estancia, trabajo y dormitorio. Todo pensado para la ingravidez. La silla, la cama, y todo hueco pensado para encajar a un ser humano, tenía de amarraderos o correas para estar quieto y no salir volando hacia cualquier otro lugar de la estancia. A lo largo de paredes, techo y suelo, había abrazaderas y huecos donde impulsarse y poder vagar por el habitáculo con garantías de llegar al rincón deseado. Y se había prescindido a lo largo de todo el habitáculo de saliente o prominencias que pudiesen producir lesiones en caso de que el usuario vagase son control, en ausencia del suelo firme que propicia la gravedad.

Pedro se dedicó a repasar lo que había estudiado de la Copérnico. Se colocó delante del gran ventanal (el suyo ofrecía unas perfectas vistas a la bahía de montaje de la nave) con el manual de ingeniería de diseño entre las piernas. Se dedicó a cotejar los datos que había retenido de la inmensa nave, y contrastarlos con lo que la vista le ofrecía.

La nave que viajaría a Tierra III había sido diseñada en dos grandes conjuntos. El primero era un cilindro de noventa y tres metros de diámetro y seis kilómetros y medio de longitud. El cilindro era de aspecto metálico y estaba revestido de una aleación de titanio. Los colores que desprendía el revestimiento, reflejados por el sol, variaban entre los amarillos, los naranjas y los marrones en función del ángulo de incidencia del sol sobre su superficie curvada. En sus extremos sobresalía una estructura metálica espacial, de barras de acero, que terminaba con unas esferas pintadas de color blanco, formando racimos, y que a su vez se remataban con las descomunales toberas de propulsión, siete en total en cada extremo de la nave.

Así la nave contaba con un sistema de propulsores en cada extremo. La mitad del viaje la nave se aceleraba, y la otra mitad deceleraba, sin necesidad de rotar para encarar los motores al ventor de desaceleración. Este es el motivo por el que tenía motores en ambos extremos.

El cilindro de titanio albergaba fundamentalmente los almacenes, que ocupaban el noventa y cinco por ciento del volumen disponible. El resto del especio se dedicaba a los espacios de control de operaciones, ingeniería y mantenimiento, y soporte vital para los ingenieros que operaban por turnos la nave y velaban por el buen funcionamiento de todos los sistemas. Y finalmente un pequeño espacio estaba reservado para los potentes ordenadores que controlaban la operación de todos los sistemas y subsistemas de la Copérnico, desde motores y navegación hasta soporte vital e hipersueño.

En realidad el ordenador, el alma de la Copérnico, era uno sólo, pero tenía dos réplicas, por motivos de redundancia. Las salas de estos tres ordenadores se situaban en la zona más protegida de la nave, justo a lo largo de su eje central, y separadas la una de la otra quinientos metros.

El segundo conjunto estaba a medio montar. Sobre el cilindro central se colocaban los hábitats de los cinco mil pasajeros y tripulantes de la nave. En total mil ciento cincuenta y dos porciones triangulares, ciento noventa y dos secciones compuestas por seis unidades, y cada seis unidades se formaba un aro alrededor del cilindro central, hasta que éste quedase completamente oculto salvo sus extremos propulsores. Los ciento noventa y dos anillos del hábitat se mantenían en su sitio, alrededor del eje central, gracias a un sistema de sustentación magnética, que además le dotaba un leve movimiento rotatorio que requerían los sistemas de hipersueño y soporte vital. Cada uno de los anillos podía girar en un sentido o en otro, incluso a diferentes velocidades. La mitad de los anillos giraban en un sentido, y la otra mitad en el otro, de tal forma que sus inercias rotacionales se anulaban.

Sólo un tercio de estos hábitats estaban montados en la nave, con lo que gran parte del cilindro central quedaba todavía a la vista. El resto estaba preparado para su ensamblaje final a lo largo del eje de la Copérnico.

En total el diámetro del cilindro exterior una vez montado, sería de ciento cuarenta y dos metros. Pedro se quedó cavilando, mirando hipnotizado aquél artefacto prodigioso, cuando le avisaron de que debían reunirse en la sala común para ir al comedor. Pero Pedro mantuvo el silencio a lo largo de toda la cena. No podía acostumbrarse a la magnitud del proyecto Copérnico. Al día siguiente ya tendría tiempo de comentar con los demás todos los aspectos técnicos que debían revisar.

viernes, 1 de marzo de 2013

Capítulo 2: Pedro


Se alistó en la armada aprovechando la gran campaña que el Ejército de los Planetas Habitados realizó unos años antes para captar no sólo a soldados y oficiales sino también a ingenieros que completasen las tripulaciones de las nuevas naves espaciales que se estaban construyendo.

En el momento en que la Luna y Marte pasaron a reivindicar su independencia y a formar sus propios gobiernos dos siglos atrás, el transporte de mercancías y de pasajeros entre los cuerpos estelares habitados del Sistema Solar adquirió una nueva dimensión. Esta actividad comercial se licenció a compañías privadas, y este aumento de la actividad comercial requirió de una regulación exhaustiva, la aprobación de leyes interplanetarias, y un cambio de filosofía en la relación entre los gobiernos tanto terrestres como extraterrestres.

Inmediatamente a la redacción de leyes para ordenar la lucrativa actividad del comercio interplanetario siguió la constitución de cuerpos de seguridad que velasen por el cumplimiento de estas nuevas leyes.

Así se dedicaron no pocos fondos a dotar a los puertos de carga y descarga situados en las órbitas de los planetas habitados de la seguridad necesaria. Para ello se fundó el Ejército de los Planetas Habitados. Estaba constituido en exclusiva por dotaciones de militares que pasaban sus vidas en activo en sus veloces naves espaciales. En general estas naves poseían los últimos avances en ingeniería espacial, avances que a menudo no salían a la luz hasta pasados unos años, todo para garantizar que la capacidad de maniobra en el espacio de estas naves de asalto espaciales fuese siempre muy superior a la de cualquier otro artilugio que pudiese surcar el espacio, con malas o con buenas intenciones.

Ya durante su carrera universitaria a Pedro le fascinaba cualquier artefacto que fuese capaz de surcar el espacio, sobre todo si éste además era capaz de albergar un hábitat humano. Pasó su época de estudiante apartado del bullicio estudiantil, disfrutando casi siempre en solitario de actividades de montaña y sin llamar demasiado la atención salvo por sus aptitudes, que no pasaban desapercibidas.

Se licenció en el año 2803 en Ingeniería de Sistemas Electromecánicos Extraterrestres en la Universidad de Toulouse, en Francia, a donde se trasladó desde París, su lugar de nacimiento. Nada más licenciarse ingresó en el Ejército de los Planetas Habitados, donde sabía que tendría acceso a los sistemas de ingeniería espacial más refinados jamás construidos hasta el momento por el ser humano.

Su primer destino fue una sustitución por baja médica del suboficial ingeniero de los subsistemas de navegación de la fragata Charles de Gaulle. Los ingenieros de su especialidad recibían tras una instrucción militar de seis meses el rango de teniente. La realidad era que el setenta por ciento de las dotaciones de este tipo de naves estaba formada por ingenieros que no provenían del mundo militar, pero sí destacaban por sus ansias de aventura y además por lo general obedecían a un perfil muy disciplinado que encajaba perfectamente con las los requisitos de este tipo de embarcaciones.

Del treinta por ciento restante, el cinco por ciento eran los oficiales responsables de los navíos desde un punto de vista militar, y el veinticinco por ciento eran fuerzas de asalto, que rara vez ponían en práctica sus habilidades.

En este navío compartió funciones con su mando directo, una oficial ingeniera que le dejó hacer y deshacer a su antojo. Así Pedro tuvo en seguida la oportunidad de demostrar sus habilidades al mando de los subsistemas de navegación de la nave por lo que rápidamente fue ascendido, tras lo cual se le adjudicó una nueva nave, esta vez como oficial ingeniero, sin más mando que los capitanes de la nave. Su nueva fragata era otra nave de la misma serie que la Charles de Gaulle, pero más rápida y avanzada. La nave fue bautizada con el nombre de Shamash, y Pedro estaba tan emocionado que pidió permiso para involucrarse con los últimos ajustes en sus subsistemas hasta el día de la botadura en los astilleros espaciales que el Ejército de los Planetas Habitados mantenía en órbita geoestacionaria terrestre.

En su nuevo destino permaneció dos años, tras lo cual le recomendaron para un puesto en los astilleros del Ejército, para dedicarse al diseño de ingeniería de los nuevos prototipos programados para los siguientes veinte años.

Al año y medio de llegar a los astilleros le llamaron para que se presentase a una reunión con su superior, el comandante Patrick Hadi. Para su sorpresa, en la reunión le estaban esperando además la oficial y el suboficial en jefe de los astilleros del Ejército.

– Pedro, nos ha llegado un encargo poco habitual –le dijo su superior y amigo–. Si te soy sincero, yo esperaba que llegase, pero no tan tarde.

Al ver que Pedro no reaccionaba, continuó.

– Nos han encargado que supervisemos toda la ingeniería de la nave a Tierra III. Y no es una petición, nos han dado órdenes de que lo hagamos. Parece que ahora se dan cuenta de que la nave que están construyendo es demasiado compleja, y de que necesitan ayuda. Bueno, ellos no dicen que necesitan nuestra ayuda, pero yo creo que si a estas alturas, a cinco años del lanzamiento, nos hacen esta petición, es que algo les está saliendo mal. Y ahora nos querrán hacer responsables a nosotros si sale algo mal, claro. Pedro se quedó callado, y tras unos instantes bajó la vista al suelo. Su jefe sabía demasiado bien que en esos momentos era mejor dejarle que digiriese la información sin meterle prisa.

Tras medio minuto Pedro alzó la vista y pregunto:

– Pero si todos los sistemas tiene que estar ya montados, no hay nada que nosotros podamos hacer. No es posible que a estas alturas no tengan montado hasta el último tornillo de la Copérnico.

– Así es –respondió por primera vez el suboficial al mando de los astilleros–, el problema parece que tienen es que una vez montados no saben bien cómo hacerlos funcionar todos juntos. Es una cuestión de configuración, de sistemas y software, su especialidad. Los equipos que han ensamblado en esa nave son los mejores disponibles. Muchos de ellos son diseños nuestros.

Los sistemas con los que la han equipado son los más potentes del Sistema Solar, pero ahora les cuesta hacerles trabajar de forma ordenada y coherente.

– Estamos convocando a nuestros mejores especialistas, Pedro – prosiguió en esta ocasión la generala Ryu Natsuki–, si es necesario debemos paralizar todos los proyectos tecnológicos de los astilleros. Nos dedicaremos por unos años a mantener el programa de fabricación de naves espaciales, pero no dedicaremos recursos a nuevos proyectos. Tenemos que volcarnos con esta petición –prosiguió con vehemencia–. Todos sabemos que la misión a Tierra III es la más importante de la historia de la humanidad, y la mitad de los gobiernos terrestres están medio arruinados financiando el proyecto.

Tanto las naciones promotoras como las que a su vez han financiado a las primeras. Todos los programas están en marcha, y cualquier demora produciría un gran desequilibrio social y económico especialmente en la Tierra. No sé qué podemos hacer, pero habrá que hacerlo.

La generala Ryu Natsuki hizo una pausa de unos segundos y luego prosiguió:

– Nos piden ayuda para todos los desarrollos de los subsistemas de la nave, desde motores hasta soporte vital del hipersueño, donde nosotros no tenemos experiencia alguna. Pero es que parece que necesitan agarrarse a un clavo ardiendo. Y naturalmente los sistemas de navegación también han de ser objeto de nuestra revisión. Estamos hablando con los que consideramos más aptos para el diseño de cada subsistema. Y hemos pensado que usted se encargue del de navegación.

Pedro se quedó mirando a la generala con ojos muy abiertos. Intentaba hacerse a la idea de las complejidades del proyecto, pero no sabía por dónde empezar a imaginarse la magnitud de los problemas que le pedían que se encargase.

– Yo jamás he visto el diseño de ingeniería de la Copérnico –respondió finalmente Pedro–. Es imposible que yo me haga cargo de eso. Necesitaría años para hacerme con el diseño general de la nave, como para poder rediseñar su lógica y su sistema de operación en tan poco tiempo.

Además seguro que habrá que modificar cosas, no de la parte mecánica, pero sin duda que los sistemas necesitarán reajustes no sólo de software. Aquí tiene que haber gente que haya seguido el proyecto y que ya conozca algo de él y que…

– El comandante Hadi ha dicho que usted es el hombre que necesitamos para los subsistemas de navegación –interrumpió la generala–, así que usted es mi opción. Podrá elegir hasta a diez ingenieros más de entre sus compañeros para conformar su equipo, pero usted estaría al mando de su subsistema. Usted es militar, y esto es una orden.

Su negativa automáticamente conllevará la rescisión del contrato con el Ejército sin derecho alguno a indemnización.

– Yo no puedo hacerme responsable de un desastre –respondió Pedro mirando a su inmediato superior, el comandante Patrick Hadi–. No puedo asumir una responsabilidad sin saber cómo están las cosas. ¡No he visto ni un plano de la Copérnico! ¿Ven que si sale mal pueden morir miles de personas?

¿Dónde se queda entonces la estabilidad económica de la Tierra ante semejante desastre?

Tras un silencio, su amigo y superior el comandante Hadi le respondió:

– Lo siento, Pedro, pero eres nuestro mejor ingeniero de navegación. Otra opción sería peor.

– ¡Pero que no hablo de eso, Patrick! –respondió Pedro– ¡Yo lo que te digo es que igual esa nave no debe salir!

– No es nuestra decisión, Pedro –le respondió su amigo–. La Copérnico saldrá con nuestra ayuda o sin ella. Simplemente, hay quienes piensan que con nuestra ayuda el éxito de la misión es más probable.

– Pedro –prosiguió la generala–, el resto de los ingenieros a los que les hemos dado esta oportunidad han respondido con ilusión y sentido del deber, parece mentira…

– ¡Está bien! –interrumpió Pedro mirándoles a los tres a los ojos–. Iré a los astilleros donde se está construyendo la Copérnico. Miraré lo que hay y si veo que es imposible o poco probable que mi trabajo culmine con éxito, renunciaré, renunciando también si es preciso a mi puesto en la armada. Son mis condiciones. Si no están de acuerdo, abandonaré esta estación mañana mismo, me da igual lo que me hagan o lo que me digan. Y otra cosa. Han dicho que puedo elegir a diez ingenieros. Sólo aceptaré si puedo integrar en mi equipo exactamente a los diez que designe. Si no, olvídense de mí.

Los tres mandos se quedaron mirándole. Luego la generala Ryu Natsuki se miró la punta de los zapatos, luego miró al comandante Hadi, y luego a su suboficial.

– Está bien, teniente, poco más podemos decir si esta es su propuesta.

El comandante ha insistido en que tiene que ser usted… sólo espero que no renuncie a la misión tras ver lo que hay en la Copérnico. Me dejaría en muy mala posición, Pedro. No tenemos problema con los ingenieros que designe.

Ya le hemos comentado que esta misión tiene prioridad sobre todo lo demás.

Tras unos segundos el comandante Hadi prosiguió para cerrar la reunión:

– Pues ya estamos de acuerdo. Pedro, luego mi ayudante se reunirá contigo y te pondrá al tanto de los detalles y…

– Espera, Patrick –interrumpió Pedro mirando fijamente a su amigo, prosiguiendo tras una pausa–. Los pormenores me los puedes comentar tú mismo en el viaje, porque te vienes conmigo. Eres uno de los ingenieros de mi equipo.

– ¡Pero eso no puede ser! –respondió su amigo mirando a la generala–.

La generala Ryu Natsuki se miró de nuevo la punta de los zapatos y respondió:

– Se lo hemos prometido, Patrick, y como usted y nosotros mismos le hemos argumentado, esta misión es absolutamente prioritaria. Usted se integrará en el equipo del teniente, a su mando.